lunes, 11 de agosto de 2008

El cine frente al mercado

Reinaldo González


En los últimos años se ha hecho común hablar de la globalización, palabra de origen inglés que en un principio se refería a la expansión de las empresas multinacionales, pero que luego pasó a definir el proceso de expansión de las relaciones políticas, económicas y sociales entre todas las naciones del mundo.

Al hablar de globalización, normalmente se menciona una aldea global en la que todos los países participan aportando elementos de sus culturas. Sin embargo, esta concepción está muy lejana de la realidad, pues los países desarrollados, valiéndose de su poder, han impuesto sus valores, costumbres y creencias, desechando cualquier elemento foráneo. Es por ello que no se habla de globalización, sino de homogeneización, o lo que es peor, «estadounidización», debido a la hegemonía que mantiene Estados Unidos en todos los ámbitos.

El cine latinoamericano no ha escapado a esta realidad. Progresivamente, desde 1970 hasta nuestros días, el Nuevo Cine surgido en los años sesenta al calor de la Revolución Cubana se ha visto obligado a ceder espacio a la «mano invisible del mercado», ante la imposibilidad de competir con las muy visibles empresas transnacionales no sólo en la producción de películas, sino en su venta, distribución y promoción.

A las desventajas económicas de nuestros países se sumaron, además, una serie de gobiernos subordinados a los intereses de las grandes potencias. «En los años setenta se fue extinguiendo el entusiasmo revolucionario de los años sesenta a medida que una ola de dictaduras militares fue barriendo Brasil, Bolivia, Uruguay, Chile y Argentina, obligando a muchos directores a readaptarse a las condiciones más duras del exilio» 1

De esta manera, los procesos de formación y crecimiento de realizadores y audiencias se vinieron abajo, y con ellos la conciencia progresista impulsada a través de cineclubes, filmotecas y publicaciones cinematográficas, la cual desafiaba las aspiraciones estadounidenses. ¿Coincidencia?

No obstante, el cine se benefició de un mayor apoyo estatal en países como Brasil, Cuba, México, Perú y Venezuela, lo cual se tradujo en el surgimiento de una nueva corriente. Según Encarta, «algunos realizadores continuaron su postura de oposición de la década anterior (la de los 60), pero la gran mayoría consiguió disfrazar su crítica social dentro de géneros más generales con una aceptación popular asegurada, como las películas de suspense, las comedias y los melodramas de trasfondo político» 2.

Esta tendencia, impulsada por numerosos directores que alcanzaron éxito nacional e internacional, se extendió hasta los años 80, destacándose, en Argentina, María Luisa Bemberg y Luis Puenzo; en Brasil, Ana Carolina, Tizuka Yamasaki y Suzana Amaral; en Perú, Francisco Lombardi; y en Venezuela, Román Chalbaud, Clemente de la Cerda y Fina Torres.

Pese a los logros alcanzados por muchos de estos cineastas, la ola neoliberal que ha sacudido a nuestro continente ha relegado sus obras. Se impone la dinámica del mercado, que privilegia a las grandes maquinarias globales en detrimento de los esfuerzos locales, desplazando no sólo los productos transables, sino los elementos culturales propios de cada región (cualquier parecido con «Lugares comunes» es pura coincidencia).

Sólo la organización popular, para generar procesos de reflexión y construcción colectiva que se traduzcan en la reivindicación de la identidad nuestroamericana, podrá contrarrestar los niveles de alienación «made in Hollywood». El apoyo del Estado para la concreción de políticas populares orientadas a la producción de contenidos cinematográficos con interés en la transformación social, es fundamental para la construcción del cine que necesitamos.


1. «Cine latinoamericano». Enciclopedia Microsoft Encarta 2001.
2. Idem

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