lunes, 11 de agosto de 2008

Bolivia y los opinólogos

Roosvelt Barboza


El drama que vive Bolivia debiera servir para ilustrarnos. Estamos, los que presenciamos desde lejos los hechos que ahí se dan, observando la cruenta lucha que dan quienes no están dispuestos a permitir una merma en sus enormes y abundantes privilegios, prerrogativas y prebendas por ningún motivo, pero menos todavía, si es para que con ellos se asista a quienes nunca fueron otra cosa que desharrapados, desheredados de todos esos ricos bienes que guarda su patria en las entrañas.

Los medios en general, prensa escrita, oral o televisada, nos relatan algo distinto a lo que percibimos de las pocas imágenes que nos llegan. No mencionan que Bolivia, en su pobreza, sólo antecede en el escalafón de América en su pauperismo, a Haití. Que esas masas que hoy se han levantado, han sido víctimas desde siempre de las más crueles injusticias que ningún ser humano merece padecer.

Nos muestran esos falaces medios como intransigente a quien ha demostrado una tolerancia suprema con una oposición que no halla ya insulto nuevo que supere la anterior afrenta para endilgársela, como les es ya rutina, a quien es nada menos que el Presidente de la República. Esa virulencia en Bolivia nunca se había visto. Menos todavía contra el Presidente.

Sobre la violencia que esa cruceña juventud manipulada y bruta ha practicado, ensañada con personas cuyo único «delito» es ser indígenas, los medios no sólo callan y ocultan esa brutalidad, sino que evitan hacer incluso un leve comentario al respecto.

Se nos han planteado algunas interrogantes sobre la conducta de los opinadores. Verlos, con suma impudicia excretando sus mentiras, nos ha hecho sentir vergüenza; vergüenza pensando en sus hijos, si es que los tienen, especulando sobre cómo les mirarán la cara y sus ojos, cuando han manipulado la credibilidad de sus receptores, que han recurrido a ellos tratando de comprender un conflicto que cada vez se lo adulteran más. Hay algunos que baten todos los récords con su descaro y que citaremos luego de una aclaratoria previa.

Señaló, hace ya mucho tiempo, uno de los hombres más dignos y más grandes paridos por nuestro Continente, que «estamos tan acostumbrados a vivir con la mentira, que cuando decimos la verdad, pareciera que el mundo estallara en pedazos». Esas fueron palabras de Fidel que hacemos nuestras hoy aquí. En tanto a aquellos que mienten no les gritemos en su rostro que son embusteros, ellos seguirán tranquilos con su mendacidad a cuestas esparciéndola por doquier.

Escribíamos lo anterior pensando en dos mentirosos. Uno siempre con una sonrisa expeliendo sus mentiras; en tanto el otro con el odio reflejado en su cara. El primero, Julio César Pineda, carece -además de vergüenza, que es lamentable- de credibilidad, para fortuna de la verdad; mientras que el segundo, Gerardo Arellano, muestra en ese odio complejos que habría que desentrañar, pues se le dice profesor. Si lo fuera, nos explicaría, en parte, la razón de las carencias que nos exhiben los jóvenes de la universidad de la cual este personaje sería docente. Para Pineda, según nos dice él, el referéndum realizado en Santa Cruz fue ejemplar y con otras sandeces, refiriéndose al mismo, nos indica la indigencia de sus valores.

Arellano dice que el proyecto de Constitución aprobado en el Congreso de la República es inconstitucional, para pasar a hablar luego del referéndum santacruciano como algo apegado al más estricto orden legal. Son mentirosos inverecundos, pero además son canallas, pues con sus palabras defienden un orden de expoliación y oprobio que condujo a esa nación a estadios de miseria que Evo Morales pretende, con un enorme esfuerzo, dejar atrás.

Señalan estos pícaros que ese referéndum no es secesionista, que sólo procura cierta autonomía. Veamos algunos detalles de su articulado y sea usted que lee, quien saque su conclusión.

El Estatuto autonómico pretende imponer una «ciudadanía» cruceña, una educación sólo para aquellos que vivan en ese departamento, retener los impuestos nacionales a favor de esa región, un régimen electoral propio, administrar los recursos naturales en su exclusivo beneficio, conceder los títulos de propiedad de la tierra -que es potestad presidencial- y la formación de una policía departamental bajo su mando. Si esto no es un intento de secesión, resultará en el futuro muy difícil definir qué sí lo es.

Esta conspiración -lo que en verdad es- de los 100 clanes bolivianos, es la expresión de una clase que sabe con nitidez qué es lo que se dirime en esta confrontación. Es el fragor de la lucha de clases que la oligarquía pretende llevar hasta el derrocamiento de Evo.

Además de recuperar el predominio, hasta nomás ayer en sus manos, pretenden también impedir a toda costa el referéndum que estipulará la superficie máxima de tierra que legalmente se pueda poseer. Recordemos, para cerrar este trabajo, que menos de esos 100 clanes son propietarios, entre otras tantas cosas, de 25 millones de hectáreas de las mejores tierras del país, en tanto 2 millones de campesinos, en su mayoría indígenas, no poseen sino unas pocas hectáreas de malas tierras. La regulación, según se propone en el referéndum, sigue permitiendo el latifundio, pues la superficie estará entre 5 ó 10 mil hectáreas, que es en realidad un disparate por lo elevado de las cifras.

Finalizamos diciendo que en Europa, la propiedad máxima de tierra no supera las 100 hectáreas. Excepcionalmente España permite, cuando el cultivo se optimiza, hasta 300 hectáreas; más allá de esa cantidad, ni en sueños. Aprendamos de una vez cómo deben ser las cosas.

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